domingo, 28 de diciembre de 2008

La mascota ideal

Charla familiar:

Yo: Ya sé, y si nos conseguimos un tigre.
David y Mile: ...
Y: Claro, si se come a los perros no me hago drama, aparte va a cumplir la misma función de proteger la casa, quien se metería si hay un tigre.
D y M: ¡...!
Y: Y con los gatos se va a llevar bien, al fin y al cabo son todos felinos.
D y M: ¡¡...!!
Y: Aparte tenemos instrucciones para posarlo.

Lo de posar un tigre viene de un cuento de Cortazar que copio desde acá y pego a continuación.

El cuento forma parte del libro historias de Cronopios y de Famas, uno de los libros más divertidos que he leido, aprovechen que en el link está completo.

Los posatigres

        Mucho antes de llevar nuestra idea a la práctica sabíamos que el posado de los tigres planteaba un doble problema, sentimental y moral. El primero no se refería tanto al posado como al tigre mismo, en la medida en que a estos felinos no les agrada que los posen y acuden a todas sus energías, que son enormes, para resistirse. ¿Cabía en esas circunstancias arrostrar la idiosincrasia de dichos animales? Pero la pregunta nos trasladaba al plano moral, donde toda acción puede ser causa o efecto de esplendor o de infamia. De noche, en nuestra casita de la calle Humboldt, meditábamos frente a los tazones de arroz con leche, olvidados de rociarlos con canela y azúcar. No estábamos verdaderamente seguros de poder posar un tigre, y nos dolía.
        Se decidió por último que posaríamos uno, al solo efecto de ver jugar el mecanismo en toda su complejidad, y que más tarde evaluaríamos los resultados. No hablaré aquí de la obtención del primer tigre: fue un trabajo sutil y penoso, un correr por consulados y droguerías, una complicada urdimbre de billetes, cartas por avión y trabajo de diccionario. Una noche mis primos llegaron cubiertos de tintura de yodo: era el éxito. Bebimos tanto nebiolo que mi hermana la menor acabó destendiendo la mesa con el rastrillo. En esa época éramos más jóvenes.
        Ahora que el experimento ha dado los resultados que conocemos, puedo facilitar detalles del posado. Quizá lo más difícil sea todo lo que se refiere al ambiente, pues se requiere una habitación con el mínimo de muebles, cosa rara en la calle Humboldt. En el centro se coloca el dispositivo: dos tablones cruzados, un juego de varillas elásticas y algunas jarras de barro con leche y agua. Posar el tigre no es demasiado difícil, aunque puede ocurrir que la operación fracase y haya que repetirla; la verdadera dificultad empieza en el momento en que ya posado, el tigre recobra la libertad y opta -de múltiples maneras posibles- por ejercitarla. En esta etapa, que llamaré intermedia, las reacciones de mi familia son fundamentales; todo depende de cómo se conduzcan mis hermanas, de la habilidad con que mi padre vuelva a posar el tigre, utilizándolo al máximo como un alfarero su arcilla. La menor falla sería la catástrofe, los fusibles quemados, la leche por el suelo, el horror de unos ojos fosforescentes rayando las tinieblas, los chorros tibios a cada zarpazo; me resisto a imaginarlo siquiera, puesto que hasta ahora hemos posado el tigre sin consecuencias peligrosas. Tanto el dispositivo como las diferentes funciones que debemos desempeñar todos, desde el tigre hasta mis primos segundos, parecen eficaces y se articulan armoniosamente. Para nosotros el hecho en sí de posar el tigre no es importante, sino que la ceremonia se cumpla hasta el final sin transgresión. Es preciso que el tigre acepte ser posado, o que lo sea de manera tal que su aceptación o su rechazo carezcan de importancia. En los instantes que uno sentiría la tentación de llamar cruciales -quizá por los dos tablones, quizá por mero lugar común-, la familia se siente poseída de una exaltación extraordinaria; mi madre no disimula las lágrimas y mis primas carnales tejen y destejen convulsivamente los dedos. Posar el tigre tiene algo de total encuentro, de alineación frente a un absoluto; el equilibrio depende de tan poco y lo pagamos a un precio tan alto, que los breves instantes que siguen al posado y que deciden de su perfección nos arrebatan como de nosotros mismos, arrasan con la tigredad y la humanidad en un solo movimiento inmóvil que es vértigo, pausa y arribo. No hay tigre, no hay familia, no hay posado. Imposible saber lo que hay: un temblor que no es de esta carne, un tiempo central, una columna de contacto. Y después salimos todos al patio cubierto, y nuestras tías traen la sopa como si algo cantara, como si fuéramos a un bautismo. 

9 comentarios:

Nick Risaro dijo...

Conducta en los velorios es incomparable.

Milenius dijo...

Acuerdo. Y hoy más que nunca pienso que debemos tener un tigre. Uno nunca sabe. Encima, el test de los gatos reveló que también el mio tiene ganas de matarme (mi gato no es el de Nicolás). Con lo cual, tenemos ya dos gatos con planes maléficos. Y tenemos dos gatos más...
Si hubiera un test que nos permita saber si nuestro tigre nos quiere matar... No sé, ahí vemos.

Anónimo dijo...

Tigres, gatos, es lo mismo, es todo cuestión de tamaños nomás. Eso sí, que no se acerque a la jaula del hamster.

Nick Risaro dijo...

De última el tigre nos defiende de los gatos :)

Guty, tomé la precaución de no tener hamster, así que no hay problema.

Dark Knight dijo...

Pero yo quiero un hamster, desde hace mucho.
Asi que primero el hamster o no hay tigre.

Nick Risaro dijo...

ok, te dejo tener un hamster, pero solo para poder dárselo de comer al tigre.

Feliz año para todos (no tengo ganas de escribir un post adrede (tengo ganas de decir adrede))

Josecuervo86 dijo...

yo no quiero nada, ya tengo todo menos el tigre (creo) asique solo falta que se maten entre ellos.

Feliz año a todos!

Gurisa dijo...

Che... y le podemos poner el nombre nosotros?? así como hacen en los zoológicos???


FELIZ AÑO NUEVO!!

Nick Risaro dijo...

José: Con un tigre resultaría más divertido.

Guri, Sugieran nombres, sugieran...